Día 7: ¿Sabían que hay una librería en Santo Domingo?
Me sentí muy feliz cantando "llorona" con mis compañeros de tranvía. Estábamos estacionados frente a una rotonda con esculturas de la guelaguetza, sentía el viento en mis brazos y la felicidad en el pecho. Se me salieron las lágrimas porque -desde enero- me da tristeza sentirme feliz.
Ya no lloré, porque era momento de cantar zandunga:
"Tú no sirves para amores,
tienes el sueño pesado".
Yo tampoco sirvo para amores.
Seguro que Benito Pablo Juárez sí. Fui a la casa dónde vivió cuando escapó de su pueblo y hay una carta a margarita donde le manda su corazón.
La casa en sí no tiene mayor chiste: un cuarto, el lugar de encuadernación, cocina, recibidor, etcétera. Lo que disfruté mucho fue mi imaginación, me quedaba en cada cuarto haciendo historias.
También vi el templo del carmen (alto), y, en su historia, decía que en siglo XVI mataban a los reos y los descuartizaban para después presentarlos frente al cristo de los ajusticiados. No supe si ese cristo está allí o no, pero pensé en los asesinos de ahora, muy católicos; y que también exhiben los restos de sus víctimas. ¿No será que estamos repitiendo patrones históricos aprendidos?
De allí me pasé a Santo Domingo, fue demasiado para mí. Me fui pronto. Renegué porque la pila de mi cámara estaba fallando, me sentí cansada y hambrienta.
Comí mole y me pasó lo que decía en un museo:
"Los dioses parecen regocijarse y la vida, dura, suavizar un poco sus contornos".
Así me di cuenta que, Santo Domingo me gustó tanto que quería poseerlo. Es decir, ver todo en un momento y descubrir todos sus secretos. Y me frustré. Tengo que volver.
Creí que alcanzaría a ver todos los museos que quería, pero las locuras de la cabeza son impredecibles. Me sacrificaré a repetir mi día en el centro de Oaxaca.
Tanya
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