En el instante en que me bajé del taxi colectivo, sentí el silencio. El carro desapareció, y estuve sola en un lugar custodiado por montañas; volteé buscando a alguien y encontré una estatua de bronce. En Guelatao no está Juárez. Quizá están sus huellas, su paso por la vida, pero no están ni su casa, ni sus objetos. Están sus paisanos, versados en la historia, vendedores de nieve en bolsita, graciosos. Está su estatua, tan enorme, que dan ganas de sentársele en las piernas. Están los restos de su hijo Benito. Está la réplica de su casa y un museo cerrado desde el medio día. Están sus mitos. En Oaxaca todo es de Benito: Sierra de Juárez, calle de Juárez, monumento de Juárez; Guelatao se lo quitaron a San Pablo y se lo dieron a Juárez... pero la laguna no es suya, esa tiene su propia identidad, y puede, por sí sola, robarse el protagonismo del hombre que ayudó a forjar a nuestro país. Casi detrás del monumento, el mural y la plaza, está la laguna. En el Est