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El día que cayó granizo

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Huele a sudor. De ese producido cuando el esfuerzo físico es mucho y durante largo tiempo. Caras cansadas, aburridas, repitiendo un ritual. El camión se va llenando de gente y del olor. Se detiene justo después de atravesar el periférico.  Por la ventana vemos un indigente que no trae camisa y mastica una bola de hierbas. El de adelante, de la cachucha, se burla un poco; el de la camisa morada, al lado mío, pega su nariz a la ventana para ver mejor; la muchacha, justo atrás de nosotros, se sorprende. Nos detenemos sólo un minuto. Lo suficiente para reconocer que el viento se está alterando, va y viene desesperado, jala las ramas de los árboles con ansiedad, molesto. Nos detenemos en el batán, debido a la gente bajando y subiendo. Arrancamos y con nosotros arranca la lluvia también. Agresiva. ¡Plu! una gota en la nariz, ¡plu! en la frente. Plu, plu, plu, me estoy mojando. Mi cuerpo reconoce la sensación pero mi mente no comprende porqué. Rápido, la fuente