El día que cayó granizo

Huele a sudor. De ese producido cuando el esfuerzo físico es mucho y durante largo tiempo. Caras cansadas, aburridas, repitiendo un ritual.

El camión se va llenando de gente y del olor. Se detiene justo después de atravesar el periférico. 

Por la ventana vemos un indigente que no trae camisa y mastica una bola de hierbas. El de adelante, de la cachucha, se burla un poco; el de la camisa morada, al lado mío, pega su nariz a la ventana para ver mejor; la muchacha, justo atrás de nosotros, se sorprende.

Nos detenemos sólo un minuto. Lo suficiente para reconocer que el viento se está alterando, va y viene desesperado, jala las ramas de los árboles con ansiedad, molesto.

Nos detenemos en el batán, debido a la gente bajando y subiendo.

Arrancamos y con nosotros arranca la lluvia también. Agresiva.

¡Plu! una gota en la nariz, ¡plu! en la frente. Plu, plu, plu, me estoy mojando. Mi cuerpo reconoce la sensación pero mi mente no comprende porqué.

Rápido, la fuente, de dónde, ¿de dónde viene el agua? 

Es la ventana de enfrente.

"¿Disculpe?- le toco el hombro dos veces- "le puede cerrar a la...".

El muchacho que está de pie, al costado de esos dos asientos, cierra la ventana. El de la cachucha se molesta y la vuelve a abrir. 

"Lo que pasa es que me estoy mojando". Él me ignora, pero el granizo sí me escucha. 

¡Se viene con ganas! 

Piedrotas, piedras, piedritas de hielo dentro del autobús.

Risas, carcajadas, gritos adentro del autobús. 

Los  más abusados cierran sus ventanas. Los más rescatistas tratan de cerrar la salida de emergencia en el techo: este no sabe cómo se cierra, otro no tiene la suficiente fuerza... la lluvia y la solidaridad nos refrescan aquí adentro. Por fin un salvador, se cuelga de los barrotes y cierra la puertita. 

Somos rehenes. La lluvia chilla, grita, ataca. Se recrudece la guerra: la infantería, convertida en río, intenta detenernos, el chofer responde valientemente y avanzamos un poco. El agua se aferra a las llantas y el chofer se aferra al pedal. Seguimos avanzando.

Los gritos bélicos de la lluvia ordenan al granizo atacar con todo.

Un hielo en la espalda de la muchacha, uno sobre la camisa morada y tres sobre la cabeza y espalda del de la cachucha, y uno para mí. Los empaques de las ventanas han sido derrotados, es una masacre de frío.

"¡Aquí no me bajo! ¡Avanza un poquito!"- dice un hombre mientras mira la infantería amenzante; él sabe que, aunque avancemos, no se salvará. Lo vemos bajar, un mártir de la guerra que se sacrifica por un bien mayor: llegar a su casa. Siguen su ejemplo la señora y el niño, ella lo sostiene a él para que no lo arrastre la corriente y los gestos que hace mientras lucha por su vida nos hacen reír. Y se ríe también. 

Ganamos. La lluvia cede, nosotros nos movemos, y ya en la barranca se ven las nubes retirándose, vencidas.

Un pequeño cambio en el día, una situación diferente, nos puso de buen humor. 

Somos compañeros, sobrevivientes viajando en un autobús que va para el pueblo de siempre.





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