Celebrando la vida
Jazmín Martínez Sánchez |
Jazmín. No Yazmín. Jaz-mín. Con el sonido
raspando la garganta, empujado desde el estómago, fuerte: Jazmín. Abriendo la
boca, recogiendo el aire con la lengua: Jazmín. Ella así lo decía porque su
nombre reflejaba bien su carácter: dulce y empecinada.
Jazmín era la prima de mi edad. Más grande que
yo por 23 días, pero me adelantaba por más que eso.
Físicamente creció primero que yo. Era una niña
gordita, alta, que se sentía incómoda por no ser igual a todos los niños de su
salón. En sus años de belleza televisiva -cuando su cara aparecía en
espectaculares de Tepic- me gustaba que me contara la historia de cómo en la
primaria, ella era la más solicitada para jugar “cerobrasero”.
Cerobrasero es el juego donde los niños se
ponen en forma de mesa, apoyando sus rodillas y codos en el suelo, mientras
otros niños se apoyan en su espalda y brincan. Era emocionante brincar a Jaz,
porque era alta y ancha; lo malo es que cuando ya era su turno de brincar,
ningún niño quería ponerse en el suelo porque estaba pesada.
Jazmín recordaba esa historia con tristeza,
porque la primaria fue una época difícil para ella, estuvo incómoda, se sentía
diferente; pero recordarlo y reírse, probaba que ella podía lograr todo lo que
quisiera. Ya fuera estudiar en el ITESO con beca y otros trabajos; o ser
admitida en la maestría de la UAN.
Sabía reírse de sí misma, y de mí.
Justo después de que yo me carcajeara con su
historia de cerobrasero, ella recordaba una historia donde yo no me podía poner
un traje de baño. El traje, de dos piezas, simplemente no tenía ni pies ni
cabeza, no me quedaba, y yo estaba muy molesta, empecé a gritar y renegar; no
fue sino hasta que mi hermana entró al baño -y me informó que me estaba
poniendo la pieza que iba abajo, en la parte de arriba y viceversa- que me
calmé. Pensé en escribirlo porque Jaz no puede replicar, y es lo justo. Además
porque mi prima se carcajeaba con esa historia, enseñando sus dientes
perfectos, resultado de años de usar brackets durante su época incómoda.
Ella no era tan perfecta, tenía un diente, que por
más que lo trataba de corregir, siempre regresaba a su lugar original; como
ella, que, sin importar dónde anduviera -de campa con los scouts; puebleando
con su escudero, o viajando con los ambientalistas- regresaba con su familia,
como el día que venía a visitarnos y la secuestraron.
Jazmín no soportaba la idea de pasar una
festividad sin la familia, para quienes tenía nombres cariñosos: tía malta, tía
chelita, tío yilde. A mí me llamaba teté, y así se adueñó de mí.
No recuerdo cuándo me puso ese apodo, tal vez
cuando se vino a vivir a Guadalajara a estudiar Ciencias de la Comunicación en
el ITESO, donde creía que yo también iba a estudiar y que estaríamos juntas
allí también. Estudié en otro lado y no me lo reprochó.
Sí me recordó otras equivocaciones mías hasta
el cansancio, porque era importante que me quedara claro lo que no le gustaba,
para poder seguir confiando en mí. Así nos hicimos buenas amigas.
Jazmín sabía pedir lo que necesitaba. Cuando
quería que hicieras algo lo repetía una y otra vez. Te miraba con sus ojotes y decía:
“vamos”. Para cada excusa que le dieras tenía una respuesta, iba haciendo una
oferta generosa; ofrecía diversión, compañía, aventura, hasta que dijeras que
sí.
En los dos años que estuvo casada, me insistió
una y otra vez que fuera a visitarla a Tepic, creí que tenía más tiempo.
Resentí su matrimonio. Alex era mi primo y lo
quería mucho, pero apenas me estaba ajustando al cambio que siempre llega
cuando una amiga se casa, creí que tenía tiempo.
Jaz me decía que él se reía mucho cuando se
acordaba de la vez que vino a Guadalajara a festejar un cumple de ella y fuimos
a bailar, hubo muchas cervezas, y cuando salimos, yo le pregunté a Alex como
veinte veces que si estaba sobrio, remarcando que nosotras no lo estábamos.
Jazmín era
muy fiestera. Le gustaba bailar, tomar rusos blancos y platicar. Tenía
mucha pila, podía ir a 2 ó 3 reuniones sociales en una noche, siempre llegaba
tarde.
Era mi compañera de fiestas porque cuando ella
vivía en Guadalajara, su novio vivía en Tepic. Tenían un verdadero compromiso
el uno con el otro. Él la llamaba Jaz, con toda su garganta.
Aprendí sobre el amor un día que iba en la
camioneta de Alex, no recuerdo de dónde veníamos. Jaz iba en el asiento de
adelante, dormida, y empezó a roncar, su cabeza se ladeaba; Alex tomó el
volante con una mano y con la otra la sostuvo a ella hasta que se acomodó en el
respaldo de nuevo. Se amaban.
“Darle muchos besitos a mi novio”-era uno de
los pendientes en la carpeta de boda de Jaz, se enojó porque lo leí. Tenían
algo muy íntimo.
Yo la quería mucho. Hablo en pasado no porque
ya no la quiera, si no, porque la mataron y ya no está. Sí le dije muchas veces
que la quería, pero se me quedaron muchos “te quieros” para ella. Y Jazmín me
quería. Si yo hubiera muerto, ella estaría contando sobre cierta vez que
madrugó en domingo sólo para acompañarme a enmendar un error garrafal que
cometí; o cuando me escuchó hablar de mis desamores; los días en que nos
desvelábamos contándonos secretos, confesiones, sueños.
La última vez que me preguntó: “¿cómo estás?”,
le dije que mal y proseguí a contarle largamente por qué; cuando me disculpé
por decirle toda una historia ante una pregunta rutinaria, me dijo: “está bien,
somos nosotras”.
Había un nosotras. Jazmín y teté.
Cuando la pienso pasar por los horrores de un
secuestro, me asusto, me enojo, me entristezco. Quisiera haber podido hacer
algo. Como cuando ella decía que salvé su fiesta de cumpleaños, quisiera que
Jaz me hubiera visto hacer algo. Aún sueño con haber podido cambiar el corazón
de sus secuestradores, esos muchachitos, Ramón y Luis, que quién sabe si hayan
sido ellos. Quería explicarles que ellos no tenían dinero, que eran buenas personas, que se iban a asustar mucho. Quería pedirles compasión.
Aún con lo adorable que era, no todos trataron
bien a la prima. Pero ella se vengaba llamándoles minions morados o balagardos,
o algo así, palabras que sólo su cerebro podía crear. Seguro a los asesinos les
dijo más feo. Yo digo que son unos sanguilos, maldruinos, tristenios, mata
jazmines.
Algunos amigos me han dicho que no saben qué
decirme para consolarme; otros han hecho un esfuerzo.
Jazmín sí hubiera sabido qué decir, ella
inventaba palabras. Alex iba a hacer un diccionario jazminiano.
“Te quiero tingüindina”- tal vez me hubiera
dicho.
O tal vez hubiera hecho lo mismo que yo cuando
murió su papá, agarré su mano -como muchas otras veces- y acaricié sus dedos
apachurrados, parecidos a los de su hermana. Así la recordé cuando yo estaba en
Tapalpa, cuando estaba secuestrada y yo no sabía. A lo mejor, para consolarme sólo se hubiera
acostado a un lado de mí y hubiera enredado sus pies en los míos, me dejaría
llorar un rato y después trataría de hacerme reír con sus chistes lésbicos.
Ella está muerta y a mí me toca vivir esto,
porque cuando uno ama, a eso es lo que se arriesga. Y ya que Dios hace
milagros, seguro convertirá mi dolor en vida (si lo supero).
Que descancen en paz Jazmín y Alex. Celebro su
vida.
Jazmina, Jaz, Jaci, Cacahuatina, puchunga,
Jacinta, jazminiana, prima, hermana, hija y amiga.
Seguro que ella, allá donde está, celebra haber coincidido contigo. Te quiero, amiga.
ResponderBorrarGracias Tania, gracias por podernos comunicar sentimientos de Resurrección en medio del dolor. Pido a Dios que les dé fortaleza y aceptación a tu familia, especialmente a la mamá de Jazmín. Qué tu Corazón sane es mi deseo, y que de este mal, de esta tragedia, de estas vidas arrebatadas, brote Luz. Sigue escribiendo, me conmoviste AMDG. Gracias!
ResponderBorrarEs hermoso lo que le escribiste a tu prima, Tania. Me llegó. Dicen que las personas amadas no mueren si viven en nuestros recuerdos y en el corazón. Mucho ánimo y fuerza para ti y tu familia.
ResponderBorrarEs hermoso este escrito, se extraña mucho a Jaz y a Topete (Alex) cómo le decíamos algunos de sus amigos. Ruego que de verdad caigan los culpables y se haga justicia con ellos, si no es aquí en otra vida.
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