Día 1: ¿se dice hostal u hostel?
Ya no quiero ir a Oaxaca.
Quiero quedarme en este lado del Distrito Federal con la gente fresca del hostal cool. Siento que la recepcionista me quiere, me saludó como si me conociera de años y me habló de la decoración del hostal para que no hubiera silencios incómodos entre nosotras; también la quiero.
Sentí una sensación extraña de felicidad al bañarme en un baño comunitario; y -para verme más fresca y extranjera- dejé que mis compañeras de cuarto vieran mis calzones. Me siento progresista y viajera, me gusta.
El DF siempre ha sido bueno conmigo, aunque hoy tuvimos un pequeño altercado -por la multitud- que es el punto flaco de nuestra relación: resulta que la estación pantitlán es muy solicitada y me tocó estar al frente cuando las puertas abrían, no supe la responsabilidad tan grande a la que me enfrentaba, hasta que me empujaron. Ni si quiera alcancé asiento.
Fue bueno ver viejos amigos: humanos y arquitectónicos. A veces creo que la única razón por la que vengo al DF es para sentarme afuera de Bellas Artes y admirar. Esta vez me tocó entrar, escuchar su historia y el chistorete de que hay un palco presidencial que se abre nada más cuando asiste el presidente de la República, por lo que siempre está solo.
Y caminé.
Me está costando trabajo tomar decisiones ¿desayuno chilaquiles o huevos? ¿camino por ésta calle o por ésta otra? Pero -como estoy de vacaciones- dejaré que las circunstancias me vayan jalando, o, en su defecto, que las estaciones del metro me lleven hasta un lugar donde sí me pueda bajar sin empujones.
Tanya
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