Gorditas de nata

Es de noche, hace frío afuera pero aquí no. Aquí está cálido, huele bien. Una mezcla de azúcar, harina, canela y leche, invade el ambiente. ¡Qué bien huele! ¡Cómo se antoja!

La mesa se pasea de un lado a otro rechinando, tus frágiles manos son las causantes, revuelven, amasan, saborean. Platicas de tus planes: que tu hermano ya te tiene cuarto, irán por ti a Tijuana, no te pintaste el cabello...No pongo mucha atención. Me estoy dando cuenta que siempre que estoy en la cocina contigo, me siento hogareña, amada y hambrienta. 

Tomas una bola de masa, la golpeas con ambas manos y la estampas contra la torteadora de madera, te apoyas en ella sin dejar de platicar, viste una película, o leíste un libro que te gustó, no recuerdas los detalles y alguien te corrije derrepente.Veo tus manos sacando la tortilla y aventándola al comal; tus manos cálidas como el olor de tu cocina, las que me rascan la espalda o me soban el dolor. 

Recuerdo verte y pensar en mi mamá, me acuerdo perseguirte por tu casa mientras limpiabas.

Ya se han cocido las gorditas, hay que voltearlas y sacarlas del comal. Estás triste, lo puedo ver en tu cara. No lo vas a decir porque tienes que organizar todo antes de irte: dejar la casa limpia, encargar pagos, llamadas que hacer, repartir a los hijos...

A un lado de la estufa -sobre una servilleta- hay ya tres pilas de gordas, alguien se acerca, toma una y se sale. Esa es la señal. Uno tras otro, los miembros de la familia desfilarán por la cocina hasta llenarse o terminar con las gorditas. Tú lo sabes y escondes algunas, a tus cuñadas les gustarán, un pequeño presente por ayudarte a encontrar trabajo.

Muerdo la gordita de nata, sabe a lucha, bondad y ternura; sabe a simpleza, a hogar... sabe a tí. Estás triste, lo sé porque eres igual de gestosa que mi abuelita e igual de fuerte.

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