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La Soledad y El Santiago

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  Caminé sobre el agua. Bajé al Río Santiago y le pasé encima. En el punto donde se juntan el Santiago y el Río de la Soledad hay miles de piedras que hacen un camino firme. En tiempos de aguas están cubiertas, pero,   durante la sequedad de abril,   las piedritas están por encima de las gotas que no tienen fuerza para sobrepasarlas. Me paré frente al Río de la Soledad y lo vi sumarse, de manera inocente, al Río Santiago. Influenciado por el agua que viene de lejos, que recorre la zona metropolitana y que huele mal, el de la Soledad se vuelve adulto, más pesado y sobrio. Y se va junto el Santiago ya sin tanta prisa ni frescura. También estuve frente al Santiago. Lo vi pasar herido, aletargado y resignado por entre las montañas que le abren espacio. Las altas le hacen reverencia con árboles y piedras mientras marcan una valla y delimitan el espacio por donde va el agua: “A un lado, el río va a pasar”, dicen entre el viento, y se mantienen ahí, erguidas, altas, observando el ca

Vaca creída

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  La vaca tiene “feo modo” y por eso él ya no la quiso. Primero, la quería vender y le pidió los papeles al antiguo dueño. No tenía por qué hablar de su carácter con el comprador. Pero el anterior vaquero -que tampoco había hablado del temperamento- prefirió recibirla de nuevo para no buscar los papeles y hacer más trámites.   La vaca negra tiene los cuernos simétricos y del mismo ancho; además tiene una mancha blanca en la cara, como si fuera una manzana mordida: es más larga en la frente y se acomoda perfectamente en su hocico. Es negra brillante y su cuerpo es   fuerte; quizá por eso tiene mala actitud: es engreída. Los primeros días, cuando la quisieron ordeñar,   se jalaba mucho. Mi tía tuvo que reducir el espacio entre su cabeza y el tronco para que dejara de moverse. “Tenía la leche bien arriba, pero no se dejaba. Y las ubres bien negras”, dijo mi tío con desprecio. Pero no dejarse ordeñar no era la única “sangronada” que hacía la vaca.   Cuando su dueño se l

Patarata: una guía para las caídas

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  Hay solo tres formas de enfrentar las caídas: fingir que nada pasó, reírse de una misma y mostrar dolor extremo.  Mi larga experiencia en el suelo también me ha enseñado que no aceptar ayuda de extraños agravará la situación:  a la vergüenza de haber azotado, se une la culpa por no responder de manera decorosa a las muestras de solidaridad.  Una forma de mitigar la torpeza es contarlo. Como para encontrar un tema de conversación.  - "¿Cómo estás?" - "Me caí" Así se transforma un saludo rutinario en un relato sobre dónde fue, cómo dolió y cómo la cabeza siguió en alto.  "Desde la mañana me lo advirtieron", puede empezar la plática.  "Nena -la señora que recoge cartón en la cuadra- apuntó a mi pantalón/vestido y dijo que se arrastraba, que se iba a romper. Le expliqué que había mandado a cortar el pantalón pero aún así quedó largo".  "Más tarde, en las escaleras de mi casa, pisé el pantalón pero alcancé a detenerme en la pared y no hubo acci

A que yo te disparaba

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  Un niño juega a dispararle a otro, en la escena donde mataron a un hombre, en El Carmen, Guadalajara.  La violencia nos encontró a todos, también al periodismo y a la niñez.  Vamos reconociendo las calles de la ciudad  como los lugares donde hace poquito hubo un muerto. Son un panteón sin nombrar, lleno de vibras, de dolor y de muerte que queremos esconder en lo cotidiano,en la costumbre. Algunos espectadores se quedan "por gusto" , la curiosidad normal de quien está al pendiente de lo que pasa a su al rededor y con los suyos. La oportunidad de saber de primera mano sobre el acontecimiento en su colonia.  A otros los encuentra, les toca ver cuando una persona muere o cuando su cuerpo es levantado y puesto en una bolsa.  La bolsa es la que siempre sorprende a la gente. Una mujer me dijo que se le figuraba que el muerto no podía respirar. Ella prefería que mejor no la embolsaran. Y hay quienes van con niños, los dejan estar alrededor de la muerte y escuchar cómo fue. Y ver. 

Así aprendí inglés

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            Mi inglés no era bueno. Me creí capaz porque entendía algunas frases y veía capítulos de series que me sabía de memoria y porque de niña jugaba a ser telefonista con esos aparatos de cordón y botones.    Era mi primer trabajo formal después de intentar vender vestidos de novia en el centro y después de vender verduras con mi tío.    Aquel lugar me parecía elegante, limpio, grande y retador. Me pidieron vestir formal y me sentí adulta.    No tenía buen inglés y aún así, la mujer de recursos humanos -linda y simple- me recomendó.    Ella estaba de buenas aunque aún no salía con el más guapo del piso, ese que años después llegaría al edificio en bicicleta, apresurado se acercaría al carro de ella para ayudarle a sacar sus materiales con los que daba los entrenamientos, le daría la mano para bajarla, cerraría la puerta del auto y la acompañaría en silencio; ella todavía no lo conquistaba con su sonrisa auténtica, pero ya estaba de buenas años antes.    Fui asignada a las ventas

Falda pata de gallo

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Salí engalanada en mi falda de estampado pata de gallo.  Cuídala mucho -me había dicho la especialista en ropa vintage- no es muy común.  Esa vez me dijo que era sesentera, o setentera, ya no me acuerdo bien. Diez años son mucho tiempo en la moda pero para este escrito no cuentan tanto.  Aunque soy más delgada que antes, mis muslos se rozan con esa falda. Ciñe el cuerpo desde la cintura hasta las rodillas, como pretendiendo que te quedes quieta.  Entonces salí, como María Victoria. La referencia la sé porque cuando pedí que me hicieran un traje sastre para el día de mi titulación, me preguntaron si quería abertura en la parte de atrás de la falda o si prefería andar como María Victoria.  Salí hoy, pues, con mis tacones cortos, del mismo modelo que usan las edecanes de la Sedena. Es raro porque los militares dicen tener equidad y agregar a las mujeres a las actividades castrenses pero las usan de adorno y de "acomodadoras" en eventos públicos.  Así pues me dis

Cubrimos nota roja

Dicen mis compañeros de trabajo que todo publico en Facebook, les voy a hablar de ellos aquí en mi blog. El que se sienta en la orilla es estadista/psicólogo/ gusgo/ especialista en memes. Se toma tantas tazas de café como se bebe los chistes del internet. Hay que ganarse su confianza, toma tiempo pero vale la pena ser parte de su club privado que incluye comer toda clase de antojos de gama alta y baja. Detrás de él se sienta el filósofo/ artista underground/ joven, a veces lo molesto haciéndole preguntas y siempre las contesta de lo que parece ser buen humor, aunque no es muy expresivo. Escucha música  diferente, alguna me da miedo. Es foráneo pero siempre parece adaptado a cualquier lugar y circunstancia. Al lado del cafetero está el que siempre separa su vida personal de la laboral. Hace una distinción, dice. Afuera es gótico, y, adentro, formal. Vive con altos estándares que le han servido para hallar exactamente lo que quiere,  y los hace valer con poquitas palabras, sin rev