Así aprendí inglés

 
 
 
 
 
 
Mi inglés no era bueno. Me creí capaz porque entendía algunas frases y veía capítulos de series que me sabía de memoria y porque de niña jugaba a ser telefonista con esos aparatos de cordón y botones. 
 
Era mi primer trabajo formal después de intentar vender vestidos de novia en el centro y después de vender verduras con mi tío. 
 
Aquel lugar me parecía elegante, limpio, grande y retador. Me pidieron vestir formal y me sentí adulta. 
 
No tenía buen inglés y aún así, la mujer de recursos humanos -linda y simple- me recomendó.
 
 Ella estaba de buenas aunque aún no salía con el más guapo del piso, ese que años después llegaría al edificio en bicicleta, apresurado se acercaría al carro de ella para ayudarle a sacar sus materiales con los que daba los entrenamientos, le daría la mano para bajarla, cerraría la puerta del auto y la acompañaría en silencio; ella todavía no lo conquistaba con su sonrisa auténtica, pero ya estaba de buenas años antes. 
 
Fui asignada a las ventas de tarjetas de crédito donde tenías que leer los discursos verbatim, word per word. Cada una de las palabras ya estaban escritas en guiones. El reto era lograr que tu comprador  se quedara mientras leías las palabras que parecían no tener hilación y perdían sentido en el camino. 

"I can't understand your english", es la frase que más recuerdo de tantas que me dijeron esos primeros días. 
 
"What language are you speaking?", en mi cabeza era inglés. 
 
Pero enfrente de mí, en esos cubículos que se hacían filas y que se prolongaban y se juntaban, luego se aparejaban con otras y otras, se sentaba Herminio. 
 
Cada que lograba una venta cantaba "another one bites the dust" y hacía la seña de jalar una caña de pesca. 
 
Gritaba. Dice que apenas, después de más de diez años, se dio cuenta que grita. 
 
En mi primera semana, una señora de la tercera edad estaba muy confundida con mi inglés, quería ser amable conmigo pero no entendía ni una palabra. 
 
"Yes, sweetie", contestaba cada vez más frustrada. 
 
Herminio, mientras tanto, repetía por quinta vez en una hora, los "scripts" que ya se sabía, habló tan fuerte que mi clienta le empezó a contestar. Acomodé mi formulario para ir al ritmo que iba Herminio y así terminé de atender a la mujer, mientras ella le contestaba a él. 
 
El inglés mejoró de tanto repetir las palabras, unas 100 llamadas al día tenían que surtir efecto. 
 
Uno de mis compañeros me dijo que se decía "Purchases" aunque sonara como "dijistes", otro me explicó que si usas did ya no necesitas el verbo en pasado.
 
Me gustaba jugar a revolver inglés con español como lo hacían "los pochos", me gustó tratar de hablar cholo aunque ese no me salió muy bien.  
 
Dejaba que se rieran de mí los clientes y mis compañeros. 
 
"If you want me", les decía a los desconocidos al teléfono, tratando de traducir: "si usted quiere yo..."
 
"Oh, I want you, Tania", me contestó uno por fin y así entendí que algo estaba diciendo mal en la frase. 
 
Alfonso me contó la historia de aquel que quiso decir: "¿Lo molesto con su número de seguro social?" y dijo: "Can I molest you with your social security number?", pues no sabía que molest es acoso sexual. 
 
Su desconocimiento provocó un escándalo en el piso que lo sobrepasó hasta después de que lo corrieron.
 
Luego aprendí el pasado participio, "You should have". 
 
Y hablé inglés. 
 
Traduje. Después di clases, y, ya con libros, corregí otros vicios.  
 
"Estén dispuestos a pasar vergüenzas", les decía a mis alumnos, aunque nunca les enlisté las mías. 
 
Mi amado callcenter se volvió una mal lugar porque yo quería ser reportera y no podía; y a veces lo triste nubla lo bueno que hubo. 

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