A que yo te disparaba

 


Un niño juega a dispararle a otro, en la escena donde mataron a un hombre, en El Carmen, Guadalajara. 

La violencia nos encontró a todos, también al periodismo y a la niñez. 

Vamos reconociendo las calles de la ciudad  como los lugares donde hace poquito hubo un muerto. Son un panteón sin nombrar, lleno de vibras, de dolor y de muerte que queremos esconder en lo cotidiano,en la costumbre.

Algunos espectadores se quedan "por gusto" , la curiosidad normal de quien está al pendiente de lo que pasa a su al rededor y con los suyos. La oportunidad de saber de primera mano sobre el acontecimiento en su colonia. 

A otros los encuentra, les toca ver cuando una persona muere o cuando su cuerpo es levantado y puesto en una bolsa. 

La bolsa es la que siempre sorprende a la gente. Una mujer me dijo que se le figuraba que el muerto no podía respirar. Ella prefería que mejor no la embolsaran.

Y hay quienes van con niños, los dejan estar alrededor de la muerte y escuchar cómo fue. Y ver. 

Hay niños que juegan con la cinta de los policías, la tocan, la desafían y algunos hasta la rompen. 

Admiran las armas de los policías más que a ellos o los llaman con los apodos que han escuchado de sus padres. 

Y nosotros también fingimos que no nos afecta: acostumbrados a tomar fotos, a hablar en claves y a merodear en el funeral callejero. 

Fingimos ser profesionales. Preguntamos ignorando que enfrente hay un cuerpo, el hermano, el hijo de alguien. 

Vomitar o llorar se vería poco profesional, pienso a veces. 

No me acostumbro. Todavía lloro, a veces rezo, a veces hablo con alguien y, otras tantas, como hoy, escribo. 




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