Falda pata de gallo
Salí engalanada en mi falda de estampado pata de gallo.
Cuídala mucho -me había dicho la especialista en ropa vintage- no es muy común.
Esa vez me dijo que era sesentera, o setentera, ya no me acuerdo bien. Diez años son mucho tiempo en la moda pero para este escrito no cuentan tanto.
Aunque soy más delgada que antes, mis muslos se rozan con esa falda.
Ciñe el cuerpo desde la cintura hasta las rodillas, como pretendiendo que te quedes quieta.
Entonces salí, como María Victoria. La referencia la sé porque cuando pedí que me hicieran un traje sastre para el día de mi titulación, me preguntaron si quería abertura en la parte de atrás de la falda o si prefería andar como María Victoria.
Salí hoy, pues, con mis tacones cortos, del mismo modelo que usan las edecanes de la Sedena. Es raro porque los militares dicen tener equidad y agregar a las mujeres a las actividades castrenses pero las usan de adorno y de "acomodadoras" en eventos públicos.
Así pues me dispuse a viajar hasta Tlajomulco, me sentía formal y segura en la primera entrevista.
En el camino a El Salto me comenzó a chorrear el sudor sobre mi estilo del que aún me sentía orgullosa
Me detuve en la carretera a El Castillo a hacer una entrevista por teléfono. Tuve que encerrarme para evitar el ruido de los tráileres que pasaban y prendí el aire. Todavía me duele la cabeza por esa decisión.
Ya en El Salto, la falda, la blusa petite, y yo, escuchamos las historias de que la gente pasa y le toma fotos a un edificio nuevo, feo, pero nuevo. Se me empezó a chorrear el rímel y presentí la fatalidad.
Me quedé, pues, bajo el sol hablando con el funcionario. Lamenté no haberme detenido a comprar un agua, un suero o lo que fuera para hidratarme. Todavía me duele la cabeza por esa decisión.
Pasé por Tlaquepaque, me refresqué y subí las escaleras como dueña y señora de mi atuendo.
En Tonalá ya se me había doblado la pretina en la panza, todavía no había comido, pero esas pulgadas que le faltan a la falda para que no me apriete, se hacen evidentes conforme pasa el día.
Terminé mis entrevistas y salí, aún triunfadora. Caminé hacia el carro y alguien me detuvo para preguntarme que por qué tomaba fotos.
Luego de la aclaración se fue el inquisidor, pero la confrontación fue demasiado para mi ropa.
Subí un pie al auto, y, mi falda, que tanto había aguantado, se rompió.
El sonido fue suave, nada escandaloso, la pieza de tela me tuvo piedad y no hizo alarde.
Fui a mi casa a cambiarme, había un vecino volteando hacia mi así que me tapé con mi mochila.
Mi orgullo me hizo pararme a hablarle al perro, para que no se notara que corría a casa desesperada; la pizca de dignidad que buscaba se esfumó, pues se me cayó la mochila y seguramente el vecino vio mis calzones.
¿Qué hacía María Victoria cuando esto le pasaba?
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