Dar
No ayudamos a los migrantes porque sean buenos, sino porque están en una situación vulnerable: lejos de casa, en un país que no conocen, donde matan, violan, desaparecen y roban. Están en la incertidumbre, a la deriva, solos, hambrientos, cansados, sucios y asustados.
"No, gracias. Quería una mochila mejor que esta, pero no", dijo un hombre una vez en el albergue de FM4 que visité.
Rechazó una mochila aún útil pero desgastada.
¿Cómo se atreve a desdeñar algo desgastado?, pensé.
Me pareció que no debía darse el lujo de ser vanidoso.
Yo había llevado la ropa que no me servía, alguna desgastada, otra inútil para viajar, había faldas y vestidos que poco sirven cuando debes brincar a un ttren en movimiento.
Al escuchar cómo el migrante rechazaba algo, entendí que él se parecía a mí. No era un ente que iba a aceptar todo sin cuestionar, que haría reverencia a todo lo que le quisieran regalar.
No era como los perros que yo había recogido en la calle. No brincaría de emoción al verme, ni me lamería la cara. No me idolatraría o vería como su salvadora.
Con él no podría crear un video documentando su cambio gracias a mis cuidados y rehabilitación.
Ese migrante era un ser humano con dignidad.
No estaba en su mejor momento, estaba sucio, fuera de lugar, ocupando un espacio en el que era indeseado y dependía de la caridad de los demás, pero aún era un ser humano que podía decidir y rechazar una mochila.
Leí comentarios y notas sobre lo desagaradables que fueron los miembros de la migrante, lo exigentes, lo tercos que fueron.
Esperábamos que rindieran pleitesía a Jalisco, que se hincaran ante la generosidad, que vitorearan a los tapatíos.
Queríamos que pasaran desapercibidos y se mantuvieran invisibles, como el niño que está acostumbrado a pedir limosna y desaparece en cuanto recibe el dinero, que incluso es despedido para que deje de afear el panorama, de enseñar su realidad.
"Son problema" de otro país, porque allá no les dieron las oportunidades, porque no lucharon lo suficiente por salir de la pobreza, por maleducados están así, dicen los que comentan desde el anonimato de las redes.
Quién sabe cuál sea la causa de su salida, quién sabe de quién sean responsabilidad pero están aquí.
Llegan aquí aunque no los queramos ni los invitemos, están aquí. Voltear la mirada y juzgarlos no los va a desaparecer.
Y da miedo ayudar.
Pueden abusar.
Ya ni siquera se puede confiar en el que pide ayuda para encontrar una dirección porque hubo quién aprovechó la imagen de un desorientado en la ciudad para secuestrar; no se confía en quien pide dinero para completar su camión, en quien pide dinero para comer.
El temor a que alguien abuse de nosotros tiende a deshumanizarnos.
Es mejor ser precavida.
Y también está el miedo a que se acabe lo que tenemos. A que no tengamos más para dar.
Como si la generosidad derivara en pobreza, como si nos partiera el cuerpo la compasión.
¿Y si vienen más migrantes y no nos alcanza?
¿Y si se nos acaba el corazón compartiéndolo?
Hay que escoger mejor a Nayarit. No hay compasión, latas de atún ni esfuerzo suficiente para dos causas.
"Peor hubiera sido que anduvieran en la ciudad", dijo el Secretario General de Gobierno, Roberto López Lara cuando se le cuestionó sobre el albergue migrante.
Se creó la comisión especial para controlar a los de la caravana. Mejor encerrados y contados, que afuera y sin orden.
Y luego, el caos.
Cien de los tres mil migrantes fumaron mariguana, querían tacos, se quisieron salir, decidieron descansar un día más, rezongaron, no rindieron homenaje a quien les ayudó.
Y el Gobierno del Estado tuvo miedo, o quizá enojo por la falta de popularidad a pesar de su organización.
Y cerraron el albergue y las asociaciones que todo el año reciben migrantes se han visto rebasadas.
¿Y los que vienen? ¿Y los que siguen aquí?
Pd. Para los que organizan la caravana migrante a Dubai, ojalá en el camino entiendan el desamparo, la incertidumbre y el abandono de quienes viajan dejando lo que conocen, que cargan con el peso de comportarse, de demostrar que merecen y que no tienen dónde dormir.
"No, gracias. Quería una mochila mejor que esta, pero no", dijo un hombre una vez en el albergue de FM4 que visité.
Rechazó una mochila aún útil pero desgastada.
¿Cómo se atreve a desdeñar algo desgastado?, pensé.
Me pareció que no debía darse el lujo de ser vanidoso.
Yo había llevado la ropa que no me servía, alguna desgastada, otra inútil para viajar, había faldas y vestidos que poco sirven cuando debes brincar a un ttren en movimiento.
Al escuchar cómo el migrante rechazaba algo, entendí que él se parecía a mí. No era un ente que iba a aceptar todo sin cuestionar, que haría reverencia a todo lo que le quisieran regalar.
No era como los perros que yo había recogido en la calle. No brincaría de emoción al verme, ni me lamería la cara. No me idolatraría o vería como su salvadora.
Con él no podría crear un video documentando su cambio gracias a mis cuidados y rehabilitación.
Ese migrante era un ser humano con dignidad.
No estaba en su mejor momento, estaba sucio, fuera de lugar, ocupando un espacio en el que era indeseado y dependía de la caridad de los demás, pero aún era un ser humano que podía decidir y rechazar una mochila.
Leí comentarios y notas sobre lo desagaradables que fueron los miembros de la migrante, lo exigentes, lo tercos que fueron.
Esperábamos que rindieran pleitesía a Jalisco, que se hincaran ante la generosidad, que vitorearan a los tapatíos.
Queríamos que pasaran desapercibidos y se mantuvieran invisibles, como el niño que está acostumbrado a pedir limosna y desaparece en cuanto recibe el dinero, que incluso es despedido para que deje de afear el panorama, de enseñar su realidad.
"Son problema" de otro país, porque allá no les dieron las oportunidades, porque no lucharon lo suficiente por salir de la pobreza, por maleducados están así, dicen los que comentan desde el anonimato de las redes.
Quién sabe cuál sea la causa de su salida, quién sabe de quién sean responsabilidad pero están aquí.
Llegan aquí aunque no los queramos ni los invitemos, están aquí. Voltear la mirada y juzgarlos no los va a desaparecer.
Y da miedo ayudar.
Pueden abusar.
Ya ni siquera se puede confiar en el que pide ayuda para encontrar una dirección porque hubo quién aprovechó la imagen de un desorientado en la ciudad para secuestrar; no se confía en quien pide dinero para completar su camión, en quien pide dinero para comer.
El temor a que alguien abuse de nosotros tiende a deshumanizarnos.
Es mejor ser precavida.
Y también está el miedo a que se acabe lo que tenemos. A que no tengamos más para dar.
Como si la generosidad derivara en pobreza, como si nos partiera el cuerpo la compasión.
¿Y si vienen más migrantes y no nos alcanza?
¿Y si se nos acaba el corazón compartiéndolo?
Hay que escoger mejor a Nayarit. No hay compasión, latas de atún ni esfuerzo suficiente para dos causas.
"Peor hubiera sido que anduvieran en la ciudad", dijo el Secretario General de Gobierno, Roberto López Lara cuando se le cuestionó sobre el albergue migrante.
Se creó la comisión especial para controlar a los de la caravana. Mejor encerrados y contados, que afuera y sin orden.
Y luego, el caos.
Cien de los tres mil migrantes fumaron mariguana, querían tacos, se quisieron salir, decidieron descansar un día más, rezongaron, no rindieron homenaje a quien les ayudó.
Y el Gobierno del Estado tuvo miedo, o quizá enojo por la falta de popularidad a pesar de su organización.
Y cerraron el albergue y las asociaciones que todo el año reciben migrantes se han visto rebasadas.
¿Y los que vienen? ¿Y los que siguen aquí?
Pd. Para los que organizan la caravana migrante a Dubai, ojalá en el camino entiendan el desamparo, la incertidumbre y el abandono de quienes viajan dejando lo que conocen, que cargan con el peso de comportarse, de demostrar que merecen y que no tienen dónde dormir.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Por favor y gracias!