La salida de sexto


Corriendo atraviesan la cancha, con sus faldas blancas y cola de colores; reciben un regaño -que no se estén atravesando- dicen. Pero es que esos trajes merecen ser exhibidos.

No se puede aplaudir durante los honores-advierte el maestro- es un evento formal, dice.

El moreno de cuarto, que va a entrar a quinto, está a cargo de entregar la bandera. "Le quitas el bonete", ordena el director al pasón. "¿Y la cinta?"-preguntó el comisionado- ya no hubo respuesta.

El niño tuvo intuición, quitó el amarre pero entregó la bandera enrollada; ya es problema de la escolta.

Los bailables -dirigidos por una joven que da clases de zumba- son tan aburridos que dan risa. Los niños bailan, amontonados, una canción de rap.

Las niñas, con traje de merengue -confeccionado por alguna mamá- chocan entre ellas, se pisan la cola con tul y enseñan los calzones.

Siguen los machetes, que en realidad son palos. Esta vez no será cuando un mismo artista ondeé el vestido y blanda el machete al mismo tiempo. La presentación es igual que todas.

Los de sexto bailan más coordinados, uno hasta sonríe. Los graduados vestidos de salmón están orgullosos, seis años y otros más por venir; como si la vida se tratara de graduaciones.

La señora con el mejor mesabanco al rededor del escenario-cancha, se espanta las moscas de los pies con una hoja de guaje; y todavía falta la entrega de diplomas con birretes de cartón.

Que si van a seguir estudiando, le echen ganas; y si van a trabajar, hagan lo mismo- dice el director. Sabe que la expectativa de estudios es baja, como si la vida se tratara de dinero.

Después de tomar fotos con los maestros, regresar el mobiliario a los salones y cerrar la escuela, también hay que limpiar, no vaya a ser que los de la mañana nos critiquen.


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